sábado, 19 de mayo de 2012

Si Ana María Matute escribió esto con cinco años...

Si Ana María Matute dejó este cuento inacabado con cinco años, digo yo que nosotros seremos capaces de terminarlo.

2 comentarios:

Jesús Rocha dijo...

La Reina pensaba que los hombres eran máquinas perfectas pero sin proyección, sin memoria colectiva; ella, como la buena de la película, influida por la mística del cielo, especulaba: que los hombres en la tierra, se limitan a pensar solo en ellos mismos, que todos tienen ansias de poder. Que la ignorancia colectiva acampa por todos los reinos. Que la educación está mal diseñada, que no hay una cultura profunda, que mantenga la paz. Pare ella, los sabios del reino hablaban sin comprobar lo que decían: habían recomendado llevar la guerra a los reinos vecinos, con la finalidad de incrementar las arcas del reino. A la Reina sólo le quedaba mirar al cielo y esperar los acontecimientos; mientras tanto, mientras viajaba en la carroza real, acompañando a su marido hacia el frente, divagaba sobre la velocidad de las nubes. En breve su marido daría la orden de ataque. La Reina, para no pensar en las cosas malas que traerían la guerra: el hambre, las muertes, la destrucción de castillos y palacios… se preguntaba: ¿A que velocidad se desplazaban las nubes? ¿Era su carroza una máquina del tiempo y del espacio, como las nubes? ¿Pudiera ser que en realidad, la carroza permaneciera quieta, en un mismo sitio, como las nubes; mientas que lo que se desplaza en realidad, era la tierra? Soñaba que la felicidad de su reino estaba en acumular experiencias, que luego deberían ser representadas en la ópera, para conocimiento de todos. Si todos heredaran el conocimiento de los que les precedieron, lo sabríamos todo, todo tendría igual valor, y los súbditos serian también como reyes. Y los reinos vecinos no serían diferentes, sino parte de lo mismo. No habría que marcar diferencias, ni hacer guerras.
Pero la realidad era tozuda e inculta. Sentado a su lado, en su asiento acolchado viajaba el Rey, su marido, con su brillante armadura; al que ella, como fiel esposa, debía una obediencia ciega. Su esposo había dado pruebas sobradas de ser un monarca práctico, que pensaba en todo, y que las cosas eran las que eran porque Dios lo había dispuesto así; y cambiarlas, no traía más que disgustos y problemas. El Rey decía que también a él le disgustaba hacer la guerra, pero que no quedaba más remedio, si no querían caer en la pobreza. Ella la Reina, no podía tolerar eso, ser pobre estaba mal visto. No quedaba más remedio que conformarse y perder el tiempo en asistir a otra guerra, en vez de estar tan ricamente en un baile de salón. En fin: !que todo sea por la patria!

BRAGAOMEANO dijo...

Este es el cuento de nunca acabar desde los principios de la humanidad y desde que por solo el hecho de nacer siendo hijo de, se es más que el resto de los que nacemos.
¡ Viva Guillotin !.