domingo, 19 de julio de 2015

Historias de verano


En verano estoy más abierto a hacer cosas distintas a las que hago habitualmente. Por ejemplo, si hace una calor horrible y en una tienda pone: "pasa a tómate una galleta italiana y te invitamos a una bebida fresquita", es probable que pase, aunque sea sólo por la sed. Ya sé que compraré las galletas, pero es que yo quería comprarlas. El zumo de mango con hielo y una pajita, divino.


Bueno, el caso es que yo buscaba un botijo. Algo que habitualmente uno sólo compra en verano. Quizá es por eso que no sólo yo hago cosas distintas en verano. Será el calor. Busqué en Internet y encontré una pista muy buena en los comentarios de esta página. También aprendí muchas cosas de botijos y supe incluso de la existencia de algo llamado la botijopedia. Pero yo quería moverme y dejar de leer sin importarme mucho la ola de calor, así que miré los sitios donde podían vender mi botijo y había tres en un radio de quinientos metros más o menos. El primero de la lista era el de la calle Atocha. Ferretería García, junto a Antón Martín. Una ferretería de las antiguas, con una señora mayor, y digo mayor porque ya tenía la edad de jubilarse, pero seguía allí, vendiendo de todo con su teléfono de cable en la oreja. Mala suerte. Si hubiera encontrado mi botijo a la primera la historia no habría tenido gracia. "Pues no me quedan. Esta mañana ha venido el camión, pero no ha podido aparcar. Mañana me los traen. Los vendo por 14, pero a ti te lo dejo por 13".


Ya lo tenía, pero había que esperar y yo no quería esperar. Caminé hacia Huertas pero llegué a una cacharrería que estaba cerrada y con pinta de no abrir más. Di la vuelta hacia la calle Imperial, justo al lado de la Plaza Mayor, y "La gran hojalatería" tenía el mismo aspecto. Pensé que debía rendirme y esperar hasta mañana, pero me entretuve mirando la cola que salía de la alpargatería Hernanz. Una mujer le explicaba a otra el motivo: "sí, tienen las alpargatas de siempre a 7€ y luego mucha variedad de modelos de fantasía, por eso..."


Yo ya tengo mis alpargatas negras de toda la vida de 7€, y no quería unas de fantasía, seguía queriendo un botijo, así que di una vuelta por ahí y vi una tienda de tontunas de recuerdo para guiris. Entré y había dentro trabajando dos marroquíes. Cuando me preguntaron les dije que si tenían un botijo. "¿Botijo? ¿qué es un botijo?". Pues anda, que trabajando aquí, tenías que saberlo, pensé y les expliqué. Nada, pero me mandaron a una tienda en la calle Toledo que resultó ser una tienda de cuero, cerámica y demás artesanías turcas. Entré sin mucha fe, la verdad, y me tocó explicar otra vez lo que es un botijo. Omití lo de la ecuación de la evaporación del agua a través de los poros del barro cocido, todo sea dicho.
Daba mi botijo por perdido y pensé que la paciencia es una gran virtud. Sería por el calor. Pero levanté la vista y vi esto:


"Droguería el Botijo" desde 1754. Era una droguería. O sea, que seguro que no tenían botijos, pero si estaban ahí desde hacía más de 250 años, a lo mejor sabían algo. Entré y me atendió una veinteañera muy agradable que miró a su madre inmediatamente cuando le pregunté por mi botijo mientras me contestaba: "Sólo tenemos el de la puerta". La madre sabía más. Las madres saben más, aunque a veces se lo guarden, y me dijo que Juan se había trasladado y que estaba en la calle Mediodía grande. Me dio una tarjeta.


Llegué y allí estaba Juan con su pinganillo, mandando no sé qué no sé dónde. Nada más entrar había como quince botijos. El problema es que en mi cabeza yo me lo había imaginado blanco y todos eran de color terracota o rojo turco que dice una amiga. Eran bonitos. Muy bonitos. Pero como ya he dicho, lo había imaginado blanco. Juan dejó el teléfono y me dijo que el marrón se ensucia menos y que enfría igual. Me dijo que probara el suyo. El agua estaba muy rica y elegí mi botijo. Me explicó cómo curarlo con anís y ya he terminado el proceso. El agua está muy rica, muy muy rica. Creo que me lo llevaré de vacaciones.


En los comentarios podéis contar vuestras historias de verano.

3 comentarios:

lorenzo dijo...

Es bonita esta odisea para llegar a Itaca-Botijo. Muchos puertos en que tocar tierra,incomprensiones, peligros, rodeos, desesperación, ilusión y desilusión, incomodidades, sed, calor, hambre....., pero siempre, siempre el botijo está en la meta a la que, por narices, se llega

BRAGAOMEANO dijo...

En estas vacaciones, ya sea por el sol o las yodadas aguas del mar menor. He empezado a tener un hipersensibilidad en las glándulas mamarias, que me tienen mosca, pues varón soy de condición.
Sin ir mas lejos el otro día mirándome al espejo, mientras mi cepillo eléctrico vibraba dentro de mi boca, vi unos pezones, que parecían a los de una novicia, sonrojaditos, con una aureola en constante crecimiento, pero suave y rosada. Sino fuera por los pelos que rodean mis glándulas mamarias, pensaría que sin querer que mi cuerpo esta pasando, a pesar de ser cuarentón de niña a mujer. Es más, yo creo que ando ya por una 80 de talla de sujetador.
Me los aprieto y si cierro los ojos, pienso que se los estoy acariciando a mi primera novia de adolescencia, cuando yo tenía 13 años y un bigote pelusón.
Pero he decidido volver a lavarme los diente con la camiseta puesta, no sea que me de por autoestimularme y me suba la leche.

Anónimo dijo...

A mí, los tomates no me crecen y tengo pocas flores. Dicen las malas lenguas que es por falta de polinización, que se han cargado a todos los abejorros de la zona con aviones fumigadores, para matar a las moscas y mosquitos del pueblo. Vaya putada para los que tenemos un pequeño huerto. Todo este desaguisado por culpa de los veraneantes, a los que les molesta que haya moscas, mosquitos, y lo que llaman “malas yerbas”. Si es que deberían irse de vacaciones a un parque de atracciones, o pasarse colgados de sus juegos de ordenador como hacen sus hijos. La culpa es de los alcaldes modernistas que les hacen caso.
jemart