viernes, 30 de octubre de 2015

Poema del mes I


Este curso en el Club de Escritura vamos a tener un espacio mensual para poemas inéditos. Yo colgaré uno y os dejo espacio en los comentarios para los vuestros. Inaugurado queda.

El otro día, en casa de una amiga encontré algo precioso. Llamadme nostálgico, pero ocho vinilos de Queen me parecen un gran tesoro, y entonces me acordé de esta historia:


The show just goes on

invariablemente
cuando alguien muere decimos
en algún momento
antes o después del velatorio:

esa canción de Queen
me recuerda el año largo que estuvo
dando vueltas en el cassette de mi coche

la cinta era pirata
me la había grabado Óscar
y durante años no le había hecho caso
después empecé a trabajar en Alcalá
y llegó a la guantera
la ponía
y ponía otras
un día, un coche atropelló a Laura
y la mató
trabajábamos juntos

de nada sirvió que se casara unos días antes
y que yo fuera a su boda

en el velatorio la madre del novio me dijo
menos mal que se habían casado
así por lo menos a mi hijo le queda una pensión
y puede pagar la casa
yo pensé en mis hijos
y al poco también me casé
como quien firma un seguro
aunque la fiesta fue la bomba

no recuerdo si alguien dijo
The show must go on
pero yo me monté en mi coche
y sonó la canción

la entendí por primera vez

sonó muchas veces
muchísimas veces
Freddie
antes de empezar
a unas semanas de morirse
se tomaba siempre un trago de vodka
y arrancaba como si nunca fuera a morir
hasta llegar al estribillo:

The show must go on

Inside my heart is breaking
My make-up may be flaking
But my smile still stays on

a fuerza de darle vueltas al disco
Greatest Hits II
caí en la cuenta de que entendía mucho inglés

repetía estrofas enteras sin haberlas leído
llegué a encontrar un mensaje en aquellas canciones
que en mi cabeza se ordenaban:

I want it all
Under pressure
One vision
It´s a hard life
I’m going slightly mad
I want to break free
Breakthrough
Headlong
Hammer to fall
The miracle
Who wants to live forever
The show must go on
Friends will be friends

al principio no hice mucho caso
años después sí
y escuché

muchas veces me daba por llorar
yo solo
en mi viejo Ibiza blanco
que chupaba más gasofa que un tractor
solo
cantando a toda voz con Freddie
sin llegar nunca
sin flaquear
una vez salió ardiendo en una gasolinera
y por eso mi hermana
sensatamente
lo repudió
la verdad es que mi padre y yo
habíamos cambiado el manguito de la gasolina
y no lo hicimos bien
casí la liamos

en ese coche desahuciado que yo me quedé
escuchaba
Who wants to live forever
¿Quién quiere vivir para siempre?
y yo me respondía
si no quieres vivir para siempre
es que no quieres vivir

yo quería vivir
con la presión que fuera
y lo quería todo
y lo quería todo ya
tenía una visión
pero seguía sin escuchar
y esperaba un milagro
que sólo llegaría
cuando me volviera un poco loco
me parase
y lo trajera de las orejas

no me gusta oír eso

The show must go on

el espectáculo no tiene que continuar
el espectáculo continúa
y punto
the show just goes on
lo único que importa
es sí es tu show
o si tienes que inventar otro

hoy
conservo la cinta de Queen
el coche no
aún aguantó un tiempo
y cuando se fue al desguace
la canción de Queen volvió a casa

ya no había cassettes en los coches

lunes, 19 de octubre de 2015

El éxito



Malcolm Lowry abre el libro de Los escritores suicidas. Podéis leer su capítulo en Amazon.
Después de sus peripecias hasta conseguir que alguien publicara Bajo el volcán tal como él lo había concebido, llegó el éxito y no parece que fuera algo bueno.

Lowry escribió este poema al respecto:


Tras la publicación de Bajo el volcán

El éxito es como un terrible desastre
peor que tu casa ardiendo, los ruidos del derribo
cuando las vigas caen cada vez más deprisa
mientras tú sigues allí, testigo desesperado de tu condenación.

La fama como un borracho consume la casa del alma
revelando que sólo has trabajado para eso
¡Ah!, si yo no hubiese sufrido su traidor beso
y hubiese permanecido en la oscuridad para siempre, hundido y fracasado.


Morir de éxito es algo más que un tópico. Todos hemos tenido éxito en algo y sabemos las consecuencias que puede tener, algunas de ellas inesperadas o indeseables. Podéis contarnos en los comentarios.

viernes, 9 de octubre de 2015

Sobre tumbas y héroes y demás


¿Dónde «descansan» los escritores más grandes de la literatura universal?
                                                                                (Foto ABC)

El otro día estuve en la tumba de Machado. Me refiero a Antonio. Machado, si no digo más, sólo puede ser Antonio, aunque mucho tiempo atrás se bromeara con que Antonio era en realidad el hermano de Manuel. En otra ocasión os hablo de ese peregrinaje a Collioure tantas veces pospuesto.
Hoy os traigo un texto de Zweig en el que habla de la tumba de Tolstoi (que es la que se puede ver en la imagen, aunque en invierno es un poco distinta):

No he visto en Rusia nada más grandioso e impresionante que la tumba de Tolstoi. Ese augusto monumento, venerable centro de peregrinación de las generaciones futuras, queda desplazado y solo, sombreado en el bosque. Un sendero estrecho, que discurre sin aparente plan entre claros y maleza, conduce a este túmulo, que no es otra cosa que un pequeño rectángulo amontonado de tierra, que nadie vigila ni ampara, a la sombra única de unos pocos grandes árboles. Y esos árboles descollantes, mecidos suavemente por el viento del temprano otoño, fueron plantados por el mismo León Tolstoi, según me refiere su nieta. Su hermano Nicolás y él habían oído, cuando niños, de boca de alguna ama o aldeana, la antigua conseja de que allí donde se plantan árboles se constituye un lugar de felicidad. Y por eso, jugando, habían hincado por las buenas en la tierra unos cuantos renuevos en determinados lugares y no habían tardado en olvidar este juego de niños. Sólo al cabo de mucho tiempo se acordó Tolstoi de aquella anécdota infantil y del extraño augurio de felicidad, que se presentó de repente al hombre fatigado de la vida como provisto de un significado nuevo y más bello. E inmediatamente expresó su deseo de ser enterrado bajo aquellos árboles plantados por él mismo.
Se cumplió puntualmente esta voluntad de Tolstoi, y aquel lugar pasó a ser la tumba más bella, impresionante y triunfal del mundo. Un pequeño túmulo rectangular en medio del bosque, recubierto de flores –nulla crux, nulla corona–, sin cruz, ni lápida, ni inscripción, y ni siquiera el nombre: “Tolstoi”. El gran hombre está enterrado en el anonimato; el que sufría como ninguno bajo el peso de su nombre y fama, enterrado como cualquier vagabundo hallado por casualidad. A nadie se impide el acceso a su último lugar de descanso; la débil cerca que lo rodea no está cerrada: nada protege el descanso de León Tolstoi sino el respeto de los hombres, que, en otros casos, se complacen en turbar con su curiosidad las tumbas de los grandes. Pero aquí justamente la irrefutable sencillez proscribe la desatada curiosidad e impone hablar en voz baja. El viento susurra en los árboles que cobijan la tumba del anónimo; el sol juguetea sobre ella; la nieve pone en invierno su tierna nota de blancor sobre la tierra oscura, y se podría transitar por aquí, verano e invierno, sin advertir que ese pequeño rectángulo prominente acogió en su seno la parte terrena de uno de los hombres más poderosos de nuestro mundo. Mas precisamente ese anonimato conmueve más que todos los mármoles y pompas posibles: de los centenares de personas de hoy, este día excepcional, ha atraído hacia su rincón de descanso, ninguno ha tenido el atrevimiento de tomar como recuerdo ni una sola flor del oscuro túmulo. Nada de este mundo resulta más monumental –eso se experimenta de continuo– que la suprema sencillez. Ni la cripta de Napoleón bajo los mármoles de los Inválidos, ni el sepulcro de Goethe en la tumba principesca de Weimar, ni el sarcófago de Shakespeare en la abadía de Westminster impresionan a su vista una y otra vez las fibras más humanas del hombre como esa conmovedora tumba anónima perdida en el bosque, con su solemne silencio, en la que sólo susurra el viento y que está desprovista de todo aviso y palabra.
                                   
                                       (Texto de Stefan Zweig, Hombre, libros y ciudades, tomado de calledelorco.com)

La escena de Camus ante la tumba de su padre que había muerto con menos edad que la que él tenía la primera vez que visitó su tumba es insuperable, pero siempre se puede igualar. El ejercicio de hoy consiste en que os plantéis ante la tumba de alguien y escribáis algo. Vale cualquiera, un escritor famoso, Jim Morrison, o un amigo que se fue.