jueves, 27 de octubre de 2016

Qué lástima, recitado por León Felipe



Qué lástima que los poetas sean los primeros que tienen que emigrar cuando pensar es perseguido. Qué lastima que siempre sufran los daños de ir contracorriente, porque los bienpensantes nunca son ellos.
Qué lástima que no nos demos cuenta de que todos podemos escribir poesia, aunque hacerlo suponga un compromiso.

Este poema lo escribió León Felipe cuando trabajaba de boticario en Almonazid de Zorita, pueblo famoso también porque en él hubo una central nuclear, y es buenísimo, como la historia de León Felipe. Algunos datos:
  • Su verdadero nombre era Felipe Camino Galicia y el nombre de León Felipe lo utilizó por primera vez en Almonacid en 1919 al firmar la versión definitiva de Versos y oraciones de caminante.
  • Su padre le montó una farmacia en Santander pero León Felipe no la gestionó bien, se entrampó y huyó refugiandose en el oficio de actor ambulante.
  • Cuando lo detuvieron fue condenado a tres años de cárcel donde leyó el Quijote y empezó a escribir.
  • Trabajó en Guinea Ecuatorial donde denunció la corrupción y se tuvo que marchar aunque le reconocieron que era la primera persona decente que pasaba por allí.
  • Con el dinero se compró un billete de la peor categoría para México donde acabó trabajando como profesor.
Y luego regresaría a España y llegaría la guerra civil... Vamos, que si Hollywood se entera, tiene para un buen biopic o hasta para una trilogía.

Os dejo con el poema, con su voz es directa, clara, nada engolada, como si leyera en el siglo XXI este hombre casi del XIX, porque nació nada menos que en 1884.

El ejercicio es que os quejéis un poco empezando por: "Qué lástima..."

lunes, 17 de octubre de 2016

Día de las escritoras


Cualquier día es bueno para hacer una performance, aunque la hagas en el suelo de tu casa, aunque tus hijos piensen que su padre está de lo suyo.

Hoy se celebra el día de las escritoras y se me ha ocurrido coger los libros escritos por mujeres que tengo más a mano, es decir, más cerca de mi cama, y ponerlos juntos. Cuando he llegado a veinte he parado. Ésta es una de las historias que cuentan, pero seguro que vosotros tenéis la vuestra (os invito a contarla en los comentarios):

La familia Pérez es mi norte, pero no es todo cuanto amé, ni bajo los tilos, ni bajo mi noguera prestada que ya devolví. Estuve en Nueva York y regresé renunciando por el momento al viaje a Echo Springs. La renuncia me produjo estupor y temblores y los consecuentes estados carenciales, aunque lo peor fue llegar a esa estación llamada "La primera vez que no te quiero". El gran número de todos los números, el fin y principio de todas las cosas. El bosque de la noche alumbraba ojos que no me dejaban de mirar y no podía dormir. No se llamaba Carol y decía que no tenía miedo a volar, pero sí, todos tenemos. Los campos de la despedida llevan tiempo dando frutos, obras incompletas, como todas las obras, y el corazón es un cazador solitario que no se sacia ni en la crónica del desamor ni siendo un espía en la casa del amor. Y ésta es mi historia secreta, la de la casa del amor que con nubosidad variable escribe ahora un nuevo atlas de geografía humana.

Hoy doy las gracias a Christine Bell, a Siri Hustvedt, a Christa Wolf, a Olivia Laing, a Amélie Nothomb, a Ángela Vallvey, a Lola López Mondéjar, a Wislawa Szymborska, a Djuna Barnes, a Patricia Highsmith, a Erica Jong a Mar García Lozano, a Gloria Fuertes, a Carson McCullers, a Rosa Montero, a Anaïs Nin, a Donna Tart, a Carmen Martín Gaite, a Almudena Grandes y a todas las demás.

domingo, 16 de octubre de 2016

Rilke


No es un secreto que estoy escribiendo un libro sobre Stefan Zweig. Ahora mismo estoy en el París de principios del siglo XX en el que un buen día quedaron a comer Zweig, Balzaguette, Verhaeren y Rilke. Acabo de leer la pequeña obra que Zweig escribió con todo el cariño sobre Verhaeren, su maestro, que con la guerra tomó partido contra Alemania y se distanció de su discípulo con el agravante de que murió trágicamente y no pudieron reconciliarse como se debe. Pero antes estaba leyendo la correspondencia entre Rilke y Zweig que me regaló mi amigo Janko. Ahora estoy con la biografía de Rilke que publicó hace poco Mauricio Wiesental y leyendo a Rilke. Estoy fascinado. Un ejemplo: Cartas a un joven poeta en la que tutela los pasos literarios de un joven que acude a él. Escuchad lo que le dice el 17 de febrero de 1903:

Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: “¿Debo yo escribir?” Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un “Si debo” firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo.

Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida.

Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.


¿Y ahora qué?

miércoles, 5 de octubre de 2016

Dodecálogo de deberes del periodista


En la exposición de Cela que os conté había muchas cosas muy interesantes. Una de ellas eran los paneles dedicados al Cela periodista, parte nunca desligable del todo. Por elegir algo, aquí tenéis su dodecálogo del periodista. Este dodecálogo o cualquier otro sobre ética periodística se me hacen ahora imprescindibles, en estos tiempos de medios de comunicación partidistas y con muchos intereses que defender. Sólo leerlos es una experiencia potente, pero podéis completarla haciendo vuestro propio decálogo o mandamiento o añadiendo una línea al de Cela. Los comentarios son vuestros:

I. Decir lo que acontece, no lo que quisiera que aconteciese o lo que imagina que aconteció.

II. Decir la verdad anteponiéndola a cualquier otra consideración y recordando siempre que la mentira no es noticia y, aunque por tal fuere tomada, no es rentable.

III. Ser tan objetivo como un espejo plano; la manipulación y aun la mera visión especular y deliberadamente monstruosa de la imagen o la idea expresada con la palabra cabe no más que a la literatura y jamás al periodismo.

IV. Callar antes que deformar; el periodismo no es ni el carnaval, ni la cámara de los horrores, ni el museo de figuras de cera.

V. Ser independiente en su criterio y no entrar en el juego político inmediato.

VI. Aspirar al entendimiento intelectual y no al presentimiento visceral de los sucesos y las situaciones.

VII. Funcionar acorde con su empresa -quiere decirse con la línea editorial- ya que un diario ha de ser una unidad de conducta y de expresión y no una suma de parcialidades; en el supuesto de que la coincidencia de criterios fuera insalvable, ha de buscar trabajo en otro lugar ya que ni la traición (a sí mismo, fingiendo, o a la empresa, mintiendo), ni la conspiración, ni la sublevación, ni el golpe de estado son armas admisibles. En cualquier caso, recuérdese que para exponer toda la baraja de posibles puntos de vista ya están las columnas y los artículos firmados. Y no quisiera seguir adelante -dicho sea al margen de los mandamientos- sin expresar mi dolor por el creciente olvido en el que, salvo excepciones de todos conocidas y por todos celebradas, están cayendo los artículos literarios y de pensamiento no político en el periodismo actual, español y no español.

VIII. Resistir toda suerte de presiones: morales, sociales, religiosas, políticas, familiares, económicas, sindicales, etc., incluidas las de la propia empresa. (Este mandamiento debe relacionarse y complementarse con el anterior.)

IX. Recordar en todo momento que el periodista no es el eje de nada sino el eco de todo.

X. Huir de la voz propia y escribir siempre con la máxima sencillez y corrección posibles y un total respeto a la lengua.

XI. Conservar el más firme y honesto orgullo profesional a todo trance y, manteniendo siempre los debidos respetos, no inclinarse ante nadie.

XII. No ensayar la delación, ni dar pábulo a la murmuración ni ejercitar jamás la adulación: al delator se le paga con desprecio y con la calderilla del fondo de reptiles; al murmurador se le acaba cayendo la lengua, y al adulador se le premia con una cicatera y despectiva palmadita en la espalda.