miércoles, 26 de diciembre de 2018

15 años sin Bolaño


Mi historia de Bolaño empieza en 2001. Creo que saqué de la biblioteca Los detectives salvajes y me encantó. El problema es que me lo bebí demasiado rápido, como me pasó con Cien años de soledad, pero al menos ya no era un crío. Había empezado el libro y me lo llevé a una de mis últimas guardias en el Hospital de Móstoles. Imaginad con qué ganas me encerraba yo en un hospital con mi hijo recién nacido en casa. Eran los tiempos locos en los que nacía tu hijo y tenías que volver a trabajar a los dos días. El caso es que me aquella tarde me enganché al libro y no me pude soltar. Recuerdo que lo poco que dormí fue al principio de la noche, pero luego no pararon de llamarme para ver urgencias que no lo eran tanto y me desvelé. Creo que terminé el libro y cuando salí la resaca era horrible, más por no dormir que por Los detectives salvajes, aunque no estoy seguro. Estaba claro que aquel trabajo no era para mí y por eso dejé de hacer guardias.

Desde entonces leí todo lo que pude de Roberto Bolaño y quedé fascinado por su peripecia vital. Tengo muchas cosas pendientes que leer, entre ellas 2666, pero no me atrevo a empezarlo aún. Me resulta curioso que Bolaño lo dejara como regalo póstumo con el plan de publicarlo en cinco entregas para intentar asegurar a su familia unos beneficios. No obstante, ellos decidieron publicarlo entero.

La verdad es que no sé qué homenaje hacerle a Bolaño este año que se han cumplido 15 años de su muerte aparte de hablar de él. Bueno, una cosa que puedo hacer es publicar esta entrada el 26 de diciembre a las 6:06. Es una tontería, pero es una hora buena para pedir que el que quiera hable de algún libro que tenga pendiente de leer.

lunes, 3 de diciembre de 2018

¿Qué hacer con un blog?


¿El ciclo de un blog es el mismo que el del amor?

Hoy diría que todos los ciclos son circulares, como debe ser el del tiempo, sólo que en muchas ocasiones nuestra vista no llega a verlo así por falta de perspectiva o, más comúnmente, por falta de tiempo.


(El blog se vuelve a abrir a los comentarios tras algunos problemas técnicos, pero sólo publicaré lo que me guste.)

lunes, 15 de octubre de 2018

La sed




La sed es lo que nos mueve, también hoy en el Día de las Escritoras. El Libro de Paula Bonet nos habla de todas esas escritoras suicidas y no suicidas que no quisieron ser normales. De todas las escritoras que sintieron Una espina en la carne e intentaron arrancársela.

Cuando hablo de deseo y de sed me acuerdo de esta canción. La sed es lo que nos mueve y para empezar os recomiendo que sigáis a Paula Bonet y a su sed. Después ya veremos...

lunes, 1 de octubre de 2018

El paraíso es una biblioteca


Curioso libro-paraíso.
¿Queréis añadir alguna cita a estas?
Vuestras respuestas no se publicarán inmediatamente, porque he tenido un problema extraño de spam con los comentarios y ahora llegarán a mi correo para que las modere.






lunes, 17 de septiembre de 2018

Variaciones Goldberg


Daremos el espectáculo en Arriversos 2018 con nuestro libro y las historias y la música que contiene:


domingo, 2 de septiembre de 2018

El hombre rebelde

Resultado de imagen de el hombre rebelde

¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes toda su vida, de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato. ¿Cuál es el contenido de este «no»? 

Significa, por ejemplo, «las cosas han durado demasiado», «hasta aquí bueno, más allá no», «vais demasiado lejos», y también, «hay un límite que no franquearéis». En resumen, este no afirma la existencia de una frontera. Se halla la misma idea de límite en ese sentimiento del hombre en rebeldía de que el otro «exagera», de que extiende su derecho más allá de una frontera a partir de la cual otro derecho le planta cara y lo limita. Así, el movimiento de rebeldía se apoya, al mismo tiempo, en la negación categórica de una intrusión juzgada intolerable y en la certeza confusa de un derecho justo, más exactamente en la impresión en el hombre en rebeldía de que tiene «derecho a…». La rebeldía no renuncia a la sensación de que uno mismo, de cierta manera, tiene razón. En este sentido, el esclavo en rebeldía dice a un tiempo sí y no. Afirma, a la vez que la frontera, todo lo que sospecha y quiere preservar más acá de la frontera. Demuestra, con obstinación, que hay en él algo que «merece la pena de…», que exige que se tenga cuidado con ello. En cierta manera, opone al orden que lo oprime una especie de derecho a no ser oprimido más allá de lo que puede admitir. 


Al mismo tiempo que la repulsión respecto del intruso, hay en toda rebeldía una adhesión entera e instantánea del hombre a cierta parte de sí mismo. Hace intervenir, pues, implícitamente un juicio de valor, y tan poco gratuito, que lo mantiene en medio de los peligros. Hasta entonces, callaba al menos, abandonado a esa desesperación en la que una condición, aunque se juzgue injusta, es aceptada. Callar es dejar creer que no se juzga nada, y, en ciertos casos, no desear efectivamente nada. La desesperación, lo mismo que el absurdo, lo juzga y lo desea todo, en general, y nada, en particular. El silencio la traduce bien. Pero a partir del momento en que habla, aun diciendo no, desea y juzga. El hombre en rebeldía, en el sentido etimológico, se vuelve. Caminaba bajo el azote del amo. Ahora planta cara. Opone lo que es preferible a lo que no lo es. Todo valor no conduce a la rebeldía, pero todo movimiento de rebeldía invoca tácitamente un valor. 


¿Se trata al menos de un valor? Por confusamente que sea, nace una toma de conciencia del movimiento de rebeldía: la percepción, súbitamente patente, de que hay en el hombre algo con lo que puede identificarse, aunque sea sólo por un tiempo. Esta identificación no era realmente sentida hasta ahora. El esclavo sufría todas las exacciones anteriores al movimiento de insurrección. Incluso, había recibido con frecuencia sin reaccionar órdenes más indignantes que la que provoca su rechazo. Se mostraba paciente, rechazándolas quizás en sí mismo, pero, dado que callaba, más cuidadoso de su interés inmediato que consciente aún de su derecho. Con la pérdida de la paciencia, con la impaciencia, empieza por el contrario un movimiento que puede extenderse a todo lo que antes se aceptaba. Este impulso es casi siempre retroactivo. El esclavo, en el momento en que rechaza la orden humillante de su superior, rechaza al mismo tiempo el estado de esclavo. El movimiento de rebeldía lo lleva más lejos de lo que estaba en el simple rechazo. Supera hasta el límite que fijaba a su adversario, exigiendo ser tratado ahora como su igual. Lo que al principio era una resistencia irreductible del hombre se convierte en el hombre entero, que se identifica con ella y en ella se resume. Esta parte de sí mismo que quería hacer respetar la sitúa entonces por encima del resto y la proclama preferible a todo, incluso a la vida. Se convierte para él en el bien supremo. Instalado antes en un compromiso, el esclavo se lanza de golpe («ya que es así…») al Todo o Nada. La conciencia nace a la luz con la rebeldía. 


(Así empieza el libro de Camus. Hoy no hay ejercicio. Los comentarios están cerrados)

lunes, 30 de julio de 2018

Contar es escuchar


Úrsula K. Le Guin falleció en enero a los 88 años. No había leído nada de ella, pero he empezado por este libro que me han regalado y el primer capítulo es así de bueno:



Presentación

Escrito a principios de los años noventa para ser leído en voz alta como performance, leído un par de veces y ligeramente actualizado para este volumen.


Soy un hombre. Pensarán que he cometido un error de género sin querer, o quizá que intento engañarlos, porque mi nombre de pila acaba en a, y soy dueña de tres sujetadores, y he estado embarazada cinco veces, y otras cosas por el estilo que sin duda habrán notado, pequeños detalles. Pero los detalles no importan. Soy un hombre, y quiero que me crean y lo acepten como un hecho, tal y como lo acepté yo misma durante muchos años.

Verán, mientras crecía en tiempos de las guerras de los medos y los persas, y cuando iba a la universidad poco después de la guerra de los Cien Años y mientras criaba a mis hijos durante las guerras de Corea y Vietnam, no había mujeres. Las mujeres son una invención muy reciente. Precedo en varias décadas a la invención de las mujeres. De acuerdo, si son ustedes muy quisquillosos en cuanto a la precisión, las mujeres fueron inventadas varias veces en sitios sumamente distintos, pero lo cierto es que los inventores no supieron poner a la venta el producto. Emplearon técnicas de distribución rudimentarias y no hicieron ninguna investigación de mercado, de manera que por supuesto el concepto no cundió. Incluso con el respaldo de un genio un invento tiene que hallar su mercado, y al parecer durante mucho tiempo la idea de las mujeres no entró en el balance final. Los modelos como el Austen y el Brontë eran demasiado complicados, y la gente se reía del Sufragista, y el Woolf estaba demasiado adelantado a su tiempo.

De modo que cuando nací, en realidad solo había hombres. La gente se componía de hombres. Toda respondía al mismo pronombre, el masculino; he ahí quién soy, pues. Soy el masculino genérico, como cuando se dice: «Si un ciudadano necesita un aborto, tendrá que ir a otro estado», o: «El escritor sabe dónde aprieta el zapato». Ese soy yo, el escritor, él. Soy un hombre.

Tal vez no soy un hombre de primera categoría. Acepto de buen grado que quizá soy una especie de hombre de segunda o de imitación, un Él análogo. Como tal, soy al varón genuino lo que el palito de pescado cocido en horno microondas es al salmón real asado a la parrilla. Porque, vamos a ver: ¿puedo inseminar? ¿Puedo ser miembro del Bohemian Club? ¿Puedo dirigir la General Motors? En teoría puedo, pero ya saben adónde nos conduce la teoría. No a la cima de General Motors, y cuando una licenciada de Radcliffe sea presidenta de la Universidad de Harvard me despiertan y me lo cuentan, ¿vale? Aunque no será necesario, porque ya no quedan licenciadas de Radcliffe; fueron abolidas por considerarse innecesarias. Por lo demás, soy incapaz de escribir mi nombre meando en la nieve, o me costaría muchísimo trabajo hacerlo. No puedo matar de un tiro a mi esposa e hijo y a unos vecinos y después suicidarme. Lo cierto es que ni siquiera sé conducir. Nunca me saqué el permiso. Me daba miedo. Cojo el autobús. Es terrible. Lo admito, soy una imitación o sustituto muy flojo de hombre, y todo el mundo se dio cuenta cuando intenté ponerme esos excedentes del ejército que estaban de moda y parecía una gallina embutida en una funda para almohadas. No tengo la forma correcta. Se supone que la gente debe ser delgada. Nunca se es lo bastante delgado, dicen todos, en especial los anoréxicos. Se supone que hay que tener un cuerpo delgado y firme, porque así son en general los hombres, delgados y firmes, o en todo caso así son muchos hombres al comienzo, y algunos incluso así se quedan. Y los hombres son gente, la gente son hombres, como se ha demostrado, de manera que la gente, la gente de veras, la gente correcta, es delgada. Pero a mí se me da fatal lo de ser gente, porque no soy nada delgada sino más bien rellenita, con verdaderos depósitos de grasa. No soy firme. Y nunca he sido dura. La verdad es que soy más bien blanda y hasta tierna. Como un buen filete. O como un salmón real, que no es delgado y duro sino muy grasoso y tierno. Pero los salmones no son gente, o en todo caso hace poco nos han dicho que no lo son. Nos han dicho que solo hay una clase de gente, y que son los hombres. Y creo que es muy importante que nos lo creamos. Sin duda es importante para los hombres.

A fin de cuentas, supongo, la cosa es que no soy varonil. No en el sentido en el que Ernest Hemingway era varonil. La barba y las escopetas y las esposas y las oraciones cortitas. Tratar, trato. Tengo una cosa barboide que siempre intenta crecer, nueve o diez pelos en el mentón, a veces más. ¿Y qué hago con ellos? Me los depilo. ¿Lo haría un hombre? Los hombres se rasuran. O en todo caso los hombres blancos se rasuran, porque son peludos, y tengo menos elección en cuanto a ser blanca que en cuanto a ser hombre. Soy blanca me guste o no. Los médicos no pueden ayudarme. Pero supongo que hago todo lo posible por no ser un hombre blanco, en las presentes circunstancias, porque no me afeito. Me depilo. Pero eso no quiere decir nada, porque en realidad no tengo una barba de veras con entidad propia. Y no tengo una escopeta y no tengo siquiera una esposa y mis frases tienden a extenderse y a extenderse, con mucha sintaxis. Ernest Hemingway hubiera preferido caerse muerto a tener tanta sintaxis. O puntos y comas. Yo utilizo puntos y comas a lo tonto; ahí acaba de aparecer uno; un punto y coma después de «tonto», y otro después de «uno».

Y otra cosa. Ernest Hemingway hubiera preferido caerse muerto a envejecer. Y eso fue lo que hizo. Se pegó un tiro. Una oración corta. Cualquier cosa con tal de no escribir una oración larga (long sentence), una cadena perpetua (life sentence). Las sentencias de muerte (death sentences) son cortas y muy, muy varoniles. Las cadenas perpetuas no. Duran y duran, se llenan de sintaxis y cláusulas subordinadas y referencias confusas y envejecimiento. Y eso viene a cuento de la verdadera chapuza que he hecho con el asunto de ser un hombre: ni siquiera soy joven. Justo cuando por fin estaban inventando a las mujeres, empecé a envejecer. Y seguí haciéndolo. Descaradamente. Me he permitido envejecer y no he tomado medidas al respecto, con una escopeta ni nada.

A lo que voy: si tuviera un poco de amor propio, ¿no debería hacerme cuando menos un lifting o un poco de liposucción? Aunque la liposucción me suena muy parecido a lo que se ve tan a menudo en la tele cuando hay dos jóvenes o casi, nunca personas viejas, y una de ellas es un hombre y la otra una mujer, nunca una combinación distinta. Lo que hacen ese joven o casi y esa joven o casi es agarrarse y meterse mano y después practicar liposucción. Se supone que se debe mirar lo que hacen. Mueven la cabeza de aquí para allá y aplastan la boca y la nariz contra la boca y la nariz del otro y abren la boca de distintas maneras, y se supone que el espectador debe calentarse o humedecerse o algo así al quedarse mirando. A mí me parece que estoy mirando a dos personas practicar liposucción. ¿Para eso han inventado por fin a las mujeres? Seguro que no.

En realidad, creo que el sexo visto como un deporte para espectadores es más aburrido que todos los demás deportes para espectadores, incluido el béisbol. Si tengo que presenciar un deporte en vez de practicarlo, elijo el salto ecuestre. Los caballos son hermosos. Los jinetes son en su mayoría una especie de nazis, pero, como todos los nazis, solo son tan poderosos y exitosos como el caballo al que se suben, y al fin y al cabo es el caballo el que decide si ha de saltar la valla de cinco barras o frenar en seco y dejar que el nazi salga volando por encima de su cuello. Claro que en general el caballo no se acuerda de que dispone de esa opción. Los caballos no tienen muchas luces. Pero, en cualquier caso, el salto ecuestre y el sexo tienen bastante en común, aunque en la televisión estadounidense solo se puede ver salto ecuestre si se sintoniza un canal canadiense, cosa que no ocurre en cuanto al sexo. Si me dan a elegir, sin duda preferiría mirar el salto ecuestre y practicar el sexo. Nunca al revés. Pero ya estoy muy mayor para el salto ecuestre, y en cuanto al sexo, ¿quién sabe? Yo sí; ustedes no.

Por supuesto, hoy en día se supone que las doradas ancianitas deben saltar de cama en cama como saltan vallas de cinco barras los caballos, hala, hala, hala, pero buena parte de este asunto sobre el sexo a los setenta parece ser una cuestión puramente teórica, como la directora de General Motors y la presidenta de Harvard. La teoría se ha inventado sobre todo para tranquilizar a la gente de cuarenta y pico —es decir, a los hombres— que se preocupa. Por eso contamos con Karl Marx y seguimos contando con economistas, aunque al parecer hemos perdido a Karl Marx. En sí misma, la teoría es estupenda. En cuanto a la práctica, o la praxis como la llamaban los marxistas, al parecer porque les gustaban las x,esperen a tener sesenta o setenta años y ya me contarán sobre su práctica, o praxis, sexual, si es que quieren, aunque no me comprometo a escuchar, y si escucho lo más probable es que me aburra soberanamente y empiece a buscar un canal donde pongan salto ecuestre. En cualquier caso, no les contaré nada sobre mi práctica, o praxis, sexual, ni entonces, ni ahora ni nunca.

Pero, a fin de cuentas, aquí me tienen, vieja —cuando escribí estas líneas tenía sesenta años—, «un sonriente hombre público de sesenta años», como dijo Yeats, quien, claro, sí que era un hombre. Y ahora tengo más de setenta. Y es mi culpa. Nací antes de que inventaran a las mujeres, y he vivido los pasados decenios tratando de ser un buen hombre y me he olvidado de seguir joven, así que envejecí. Y se me mezclan los tiempos verbales. Soy joven y a las primeras de cambio tengo sesenta y quizá ochenta, ¿y después qué?

No mucho.

No dejo de pensar que un hombre de verdad habría podido hacer algo. Sin llegar a la escopeta, podría recurrir a algo más eficaz que el aceite de Olay. Pero fracasé. No hice nada. Fracasé rotundamente en el intento de conservarme joven. Y entonces vuelvo la vista sobre mis otros esfuerzos denodados, porque lo cierto es que lo intenté, me esforcé por ser un hombre, un buen hombre, y veo que fracasé también en ello. Como mucho, soy un mal hombre. Un él análogo y falso de segunda categoría con una barba de diez pelos y puntos y comas. Y me pregunto de qué ha servido. A veces pienso que lo mismo daría abandonar el asunto. A veces pienso que lo mismo daría ejercer mi derecho a elegir, frenar en seco delante de la valla de cinco barras y dejar que el nazi saliera volando de cabeza. Si no se me da bien lo de fingir ser un hombre ni se me da bien lo de ser joven, acaso podría empezar a fingir que soy una mujer mayor. No estoy segura de que ya se hayan inventado las mujeres mayores, pero merece la pena intentarlo.







Como ejercicio de hoy, si os atrevéis, os propongo escribir un texto que empezará evidentemente así: "Soy un hombre...".

lunes, 2 de julio de 2018

Así empieza Ana Karenina



La perra de Tomás y Teresa, los protagonistas de La insoportable levedad del ser, se llamaba Karenin. Un homenaje más a Tolstoi, como el de hacer esta entrada en el blog. El libro de la imagen es uno de los que he heredado de mi abuelo paterno. Bueno, en realidad lo he heredado de mi abuela, porque mi abuelo murió mucho antes, pero en esa casa, los libros pensábamos que eran del abuelo, sobre todo porque era el que nos hablaba de ellos e incluso nos los prestaba.
El otro día lo abrí buscando el famoso inicio de la novela y encontré esto.



No se parecía mucho al memorable: “Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”. Así que leí un par de páginas y paré. El libro lo acaricié un rato, pero se me quitaron las ganas de leerlo.

La propuesta de hoy es que pongáis en los comentarios el inicio de libro que más os guste y vuestra historia con él.

jueves, 21 de junio de 2018

Lobos con piel de pastor


Lobos con piel de pastor


Juan Ignacio Cortés


(Esta es mi colaboración a la presentación del libro en Guadalajara el 20/6/2018 a las 19h)


Asistir al nacimiento de un proyecto es algo que te devuelve la fe, sobre todo si también puedes ver cómo el proyecto llega a buen término a pesar de las dificultades con las que sabes que se ha enfrentado. Cuando tus amigos inventan y abren sus propios caminos tú también creces y por eso es tan estimulante y emocionante estar aquí.

A mí me ha invitado Juan Ignacio, no porque seamos amigos, porque él tiene muchos más y muy buenos, sino porque me dedico a la psicoterapia y de eso quiero hablar: de cómo afectan los abusos sexuales que sufren los niños a su desarrollo y a su vida y de lo que hay que hacer si alguien los ha sufrido.

Nosotros nos hemos hecho adultos en un país en el que ante el testimonio de un abuso sexual siempre surgía la cuestión de elegir entre denunciar o callar. Si sólo se van a quedar con un mensaje de lo que voy a decir, quédense con este: callar no es una alternativa válida. No remover no sirve como principio porque sólo beneficia al agresor.

Voy a comenzar citando a Carlos Rozanski, Juez argentino especializado en este tema que dice a este respecto en relación con el abuso sexual infantil: "El silencio de quien recibe el testimonio del menor abusado daña a este, beneficia al agresor y envilece a quien calla". No olvidemos que el abuso sexual infantil es el delito más impune de la Tierra, como documenta el libro de Juan Ignacio de la A a la Z. La impunidad se debe a que el abuso se realiza desde el poder, algo evidente porque al tratarse de niños ellos nunca lo tienen, pero si además los abusos se perpetran desde una institución a la que se le encomienda la educación de los menores, todo cobra tintes de tragedia, como ocurre con el caso que nos ocupa.

En el abuso sexual de menores se produce lo que Ferenczi denominó "confusion de lenguas". El adulto que se supone que debería hablar el idioma de cuidar y educar al menor, abusa de él y ejerce un engaño que daña todas las raíces sobre las que se apoya la personalidad del niño. Si el abuso es repetido la violencia es terrible, porque va más allá de la comprensión del menor. ¿Cómo un padre va a abandonar y maltratar a un hijo? ¿Cómo lo va a hacer la Iglesia que va de que es nuestra madre y nuestro padre a la vez? Pues sí. Ojo, la responsabilidad es 100% del abusador. Todavía hay gente que habla de la capacidad de seducción de las nínfulas y tengo que deciros que una mierda: Lolita es la historia de una menor que es violada repetidamente por su padrastro. Esto es así porque lo dicen las feministas y los hechos y la escritora y psicoanalista Lola López Mondejar en su novela Cada noche, Cada noche, y el propio Nabokov.

Cuando un menor es abusado aparecen síntomas típicos como la confusión y el aislamiento y el mecanismo de defensa habitual es la disociación, Por un lado está el niño que sufre los abusos y por otro lado el que lleva una vida "normal". Dos realidades irreconciliables encarnadas en la misma persona.

Hasta hace dos días, ante las situaciones típicas de abuso de poder: acoso escolar, violación de mujeres o abuso sexual de menores imperaba la ley del silencio, pero ya no. Aunque queramos mirar para otro lado, ya no vale decir que gran parte de las denuncias son falsas. No es así. sirva como ejemplo la cifra de que sólo el 0,01% de las denuncias por violencia machsta son falsas (Datos de la Fiscalía del Estado). Esto es un hecho que es palpable en los últimos años. Ahora, la mayoría sabe que en caso de bullying hay que llevar al niño al psicólogo, denunciar el hecho ante los profesores, ejercer acciones disciplinarias ante los acosadores, montar un pollo, en suma, y no dejar pasar el hecho como “cosas de chicos”. Lo mismo vemos en el caso de las violaciones y en los abusos a menores.

Antes mirábamos para otro lado en el mejor de los casos, porque si no, lo típico era culpar a la víctima. Recordemos el caso de "la manada". Afortunadamente todo está cambiando y no reina esa impunidad sistémica acostumbrada. Ahora es más frecuente que las víctimas no callen y eviten así peores consecuencias para ellos y para otros. Por ejemplo, la muchacha que ha denunciado el caso de la violación múltiple por la autodenominada "la manada" ha atraído para sí el odio de una fracción de la sociedad, pero desde luego, ha generado un movimiento social para el que no estábamos preparados hasta hace poco. Y ella se ha metido de lleno en su terapia, ha aumentado sus posibilidades de curación al no ocultar lo ocurrido, al renunciar a sufrir en silencio y al evitar que sus violadores siguieran haciendo lo mismo con otras mujeres.

Los abusos sexuales en menores tienen consecuencias terribles y el que quiera leerlo en detalle tiene el testimonio de James Rhodes en Instrumental. Siempre hay un intenso sufrimiento y terribles trastornos psicológicos y conductuales. En la presentación del libro de Juan Ignacio en Madrid vino uno de los entrevistados dentro del libro y nos emocionó a todos contando que los abusos lo destrozaron por dentro y que en el mismo centro de Madrid donde se presentaba el libro él había sido un delincuente lleno de odio que acabó en la cárcel con delitos de sangre. Ahora, curado y con secuelas físicas, se lamentaba de que sus padres hubieran entregado a los curas un niño y estos les hubieran devuelto tras tres años de abusos, una bestia.

Las víctimas de abusos sexuales en la infancia sufren un daño tan en su línea de flotación que de mayores presentan depresiones, abuso de sustancias, trastornos de conducta, trastornos de personalidad, intentos de suicidio. Con suerte, necesitarán años de terapia para recuperarse y algunos no se recuperarán nunca. Permítanme que insista en que la destrucción que llegan a sufrir estos niños es tan grande, que en los países anglosajones hablan de “supervivientes”.

¿Qué debe hacer una víctima? Imaginemos que entre el público hubiera alguna personas que haya sufrido abusos sexuales en la infancia por parte de algún miembro de la Iglesia. ¿Qué debe hacer? Por desgracia, el daño ya está hecho, pero hay una oportunidad. Mi recomendación es que lo último es acudir a la Iglesia a denunciar o en busca de consuelo. Las posibilidades de una retraumatización son enormes ante las escasas medidas que ha tomado en otros casos la Iglesia española. En países como Estados Unidos, Irlanda o Australia, como cuenta de maravilla el libro de Juan Ignacio, la Iglesia ha pedido disculpas públicamente, ha expulsado a todos los que hay abusado de niños, los ha denunciado ante las autoridades civiles, ha organizado programas de tratamiento de verdad y ha pagado indemnizaciones que, aunque no compensan, sí permiten que las víctimas se paguen tratamientos de verdad.

Así que, volviendo al principio, lo que debe hacer la víctima es no callar. Mi recomendación es que busque un terapeuta con el que se sienta a gusto y que inicie una psicoterapia para intentar reparar el daño en la medida de lo posible y que no la abandone ante las primeras dificultadas. Es muy probable que en el curso de la terapia quiera denunciar los hechos. En ese caso recomiendo no acudir a la Iglesia hasta que no cambie de actitud porque lo más probable es que un tribunal eclesiástico gaste la mayor parte de su energía y su poder en proteger a la institución como documenta el libro que presentamos. Confiar en la justicia eclesiática es temerario. La justicia eclesiástica en España hasta la fecha es poco más que obstrucción a la justicia. La justicia del reino de los hombres no es de ellos, me temo. Hay un argumento de la iglesia que se repite: no denuncies porque vas a sufrir las consecuencias, mejor todo tapado mientras hablan de “sacerdotes con problemas sexuales”. No señor, son sacerdotes criminales cuyo crimen consiste en que son violadores en serie de menores.

Lo que yo sí recomendaría, si la víctima decide denunciar, es acudir a un abogado que la asesore sobre qué acciones puede emprender y a las asociaciones de víctimas que en España sólo están empezando pero que existen en otros países. Ahí también se puede acudir para organizarse y pedir, para empezar, que este tipo de delitos no prescriban. Un ejemplo a seguir o al que unirse es el de SNAP (Survivors Network of those Abused by Priests -Red de supervivientes que han sufrido abusos por parte de religiosos).

Para concluir me gustaría recordar que todos enfermamos en grupo y por lo tanto nos podemos curar en grupo. Una sociedad en la que no se toleran los abusos de cualquier tipo es una sociedad más sana y en los últimos años, la nuestra ha avanzado mucho en este campo. Aún así, cuando se hace un búsqueda en Internet sobre los abusos sexuales a menores dentro de la Iglesia en España, queda claro que este tema está muy poco tratado y de forma muy superficial, algo que viene a remediar el libro de Juan Ignacio, que es, aparte de bueno, necesario.

lunes, 28 de mayo de 2018

Te receto un libro


Este año en la Feria del libro estaba la gente de la Escuela de escritores recetando libros a los lectores. La fórmula del Más Platón y menos Prozac es muy antigua y en algunos casos efectiva. Lo que ocurre con los libros de autoayuda y con los libros que curan es que te curan muy bien pero cuando no lo necesitas. Cuando estás realmente jodido, no hay libro que por sí solo te pueda sacar de ahí. Y diréis que qué voy a decir yo que vivo de la psicoterapia. No os falta razón, pero estoy bastante convencido. De todos modos, soy fan de El consultorio de la lectora Francis en Carne Cruda Radio y os lo recomiendo mucho.

El juego de hoy consiste, como dice el título de la entrada, en recetar libros. Os pongo unos ejemplos de mis grupos de Whatsapp a los que les he mandado esta foto y un libro recetado, inventado o no:
Para mis médicos: Cien años de recetar
Para mis psicoanalistas: Más Lacán y menos Prozac
Para mi hijo que no para de jugar al LOL: LOLita
Para la gente de Cyrano: Viaje a la Luna de Cyrano de Bergerac
Para mis amigas las artistas de Guadalajara que tienen un gran tropismo por el norte y sus suecos (no sólo) : Suecia, mon amour o Bienvenidas al norte (esto ha quedado más bien cinematográfico, pero es que también se pueden recetar películas).

Ya veis cómo va. Recetadme al menos un libro en los comentarios, lo necesito. Y recetad libros a vuestra gente. Yo por mi parte os receto el que estoy leyendo ahora: Impaciencia del corazón, de Stefan Zweig que como título es más sugerente que la otra traducción que tiene: La piedad peligrosa, que, eso sí, es mucho más descriptivo del contenido.

sábado, 19 de mayo de 2018

Estilos de Caperucita


Unas cuantas personas han recibido un código QR que trae a este ejercicio, pero no es imprescindible haber llegado así. El caso es que estamos aquí y el juego consiste en inventar una Caperucita. El ejercicio es difícil, porque el nivel es altísimo. Por ejemplo, es insuperable la versión de Roald Dahl en Cuentos en verso para niños perversos. Pero es que hay más, porque ya hay quien lo ha contado del revés, y en este caso es Tacirupeca Jarro la que atemoriza al bolo. En la ilustración hay una versión visual de Natalia Suárez, Chiara Fatti y Ruth Valencia que tiene poca letra, pero las ilustraciones son bonitas.

El juego de hoy consiste en hacer una versión de Caperucita aplicando las fórmulas de los Ejercicios de estilo de Raymond Queneau y colgarla en los comentarios.
Os copio una lista de opciones de Queneau: sueño, vacilaciones, relato, yo ya, filosófico, soneto, zoológico, retrato, pasota, versos libres, ignorancia, inesperado, hambre, miedo, moraleja, enigma...

Elegid una o inventadla y disfrutad



domingo, 8 de abril de 2018

Ardiente secreto


Ardiente secreto es una novela corta que Stefan Zweig publicó en 1911 con el título original de Brennendes Geheimnis. No trata de un tema universal, trata de "EL TEMA": la lucha encarnizada en la que andamos enfrascados desde niños y que enfrenta al deseo con la realidad. Los personajes principales del relato son una madre y un niño y en ambos se aprecia la crudeza de la batalla. Algo que podemos apreciar en este fragmento cortesía de Editorial Acantilado en la traducción de Berta Vias Mahou:  

«Se encontraba en esa edad decisiva en la que una mujer empieza a lamentar el hecho de haberse mantenido fiel a un marido al que al fin y al cabo nunca ha querido, y en la que el purpúreo crepúsculo de su belleza le concede una última y apremiante elección entre lo maternal y lo femenino. La vida, a la que hace tiempo parece que se le han dado ya todas las respuestas, se convierte una vez más en pregunta, por última vez tiembla la mágica aguja del deseo, oscilando entre la esperanza de una experiencia erótica y la resignación definitiva. Una mujer tiene entonces que decidir entre vivir su propio destino o el de sus hijos, entre comportarse como una mujer o como una madre. Y el barón, perspicaz en esas cuestiones, creyó notar en ella aquella peligrosa vacilación entre la pasión de vivir y el sacrificio.»

Ya tenéis el ejercicio de hoy: escribir un texto que lleve por título "Ardiente secreto". Pero, por darle una vuelta de tuerca más a la propuesta, os dejo mi ejercicio que no es que sea un secreto, pero sí que cuenta algo bastante desconocido y que tampoco es muy ardiente, aunque al final sí:


Ardiente secreto

La editorial Scott & Seltzer de Nueva York publicó sin permiso la versión en inglés de Brennendes Geheimnis en 1919 y no contentos con traducir el título, como Burning secret (Ardiente secreto), tradujeron también el nombre del autor: Stephen Branch. Esteban Rama, que sería la traducción al castellano de Stefan Zweig.

Justo cuanto se incendió el Reichstag en febrero de 1933, hecho que terminó de demoler la democracia alemana y de encumbrar a Hitler como amo y señor del país, se estaba proyectando en Alemania una película basada en la novela Ardiente secreto de Stefan Zweig. Acusar a los comunistas del incendio no servía para engañar a toda la población, pues estaba claro que aquello a quienes realmente beneficiaba era a los nazis. El cartel de los cines rezaba: "Ardiente secreto" y muchos viandantes lo señalaban, se daban codazos y se reían. La Gestapo entendió que aquella ironía contradecía su versión y rápidamente borraron todo rastro de la película y del libro. En mayo se quemarían en Berlín los demás libros de Zweig.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Pizza al estilo de Pessoa


Si Fernando Pessoa, encarnado en la piel de Bernardo Soares, hubiera tenido en sus manos un pizza congelada tal vez hubiera escrito una página más en su Libro del desasosiego a la manera de Álvaro de Campos en sus Callos a la manera de Oporto. Algo así:


La caja de una pizza congelada es como el amor. Contiene una promesa que nunca puede llegar a cumplir. El amor es el ideal del amor; algo tan bello y hondo que no cabe dentro de una caja de cartón. Dentro de la caja y debajo de la brillante imagen ideal hay algo que no se le parece ni de lejos. El trozo de pan congelado y recubierto de ingredientes matemáticamente distribuidos y pesados no se puede comparar con la fragante y crujiente imagen de una pizza hecha a mano como una obra de arte. La pizza con la que soñamos y que puede asemejarse a la de la imagen nunca se parecerá a la que saldrá de debajo. Si nos atrevemos a romper el embalaje, obtendremos algo parecido a una pizza, con un sabor similar al de la pizza, que poco a poco pero a gran velocidad irá perdiendo sus propiedades mientras la imagen de la caja y la de nuestro deseo siguen inperturbables. Mi consejo, si fuera capaz de seguirlo, sería: no os enamoréis de la pizza, pero amadla con toda vuestra alma.


¿Se os ocurre alguna página más que añadir?


lunes, 5 de marzo de 2018

Concurso de microrrelatos "El palacio de las letras"


En la Biblioteca Pública de Guadalajara acaban de sacar esta convocatoria de su concurso de microrrelatos. Aquí tenéis las bases completas, pero os resumo: máximo 250 palabras, sistema de seudónimo y plica, tema "El palacio de las letras" y tres premios bien buenos (el primero 150€ más 200€ en un cheque regalo para gastar en libros).

Hombre, lo de "El palacio de las letras" como tema no me pone y lo que me apetecería es jugar a darle la vuelta en un microrrelato, pero vamos, que me parece una idea estupenda esta convocatoria. Lo que sea gastar el dinero de todos en cultura, además sin que pueda salir la tauromaquia (que me perdone mi amigo Rubén, pero no se me ocurre cómo meterla en "El palacio de las letras"), me parece buena idea.

Así que el juego es escribir un microrrelato que tenga como tema "El palacio de las letras", participar en concurso, ganarlo, e invitarse a unas cervezas. Ah, y contarlo en los comentarios.

Para los que les dé pereza lo de la plica y todo eso, que dejen su microrrelato a continuación:

miércoles, 28 de febrero de 2018

lunes, 26 de febrero de 2018

Ángel González



     Conocí a Ángel González cuando ya era fan suyo. No recuerdo exactamente cuándo supe de sus poemas, pero tenía veinte años como mucho. A veces pienso que fue en un curso de El Escorial que trataba de Blas de Otero y en el que yo estaba estrictamente de polizón. A mi novia le habían dado beca y alojamiento en un curso sobre las "autopistas de la información" que venían y yo pasé unos días entrando en las conferencias que me iba apeteciendo. Recuerdo una de Savater sobre "el doble", otra de un profesor de sociología que tenía los mismos apellidos que acabarían teniendo mis hijos, y un encuentro sobre la gastronomía española en el que estaban Arzak y Adriá. Pero lo que más me interesó fue todo lo de Blas de Otero y el homenaje final en el teatro de El Escorial. En uno de los talleres previos llegué pronto y por colaborar, para compensar el morro que le eché por no estar inscrito, ayudé al señor que iba a ser el ponente a repartir fotocopias. Recuerdo aquella frase mítica: "tú reparte, reparte, que más vale que sobre pan que no que falte vino". Ese señor era Emilio Alarcos y me cayó muy simpático. Me encantó Blas de Otero, pero yo creo que relaciono a Ángel González con aquello porque tiempo después, un compañero de la biblioteca, de la época en que me tocó hacer allí la Prestación Social Sustitutoria, me regaló un libro que había llegado de muestra y que se titulaba "La poesía de Ángel González", firmado por Emilio Alarcos. Ahí está el nexo, pero eso fue un tiempo después, cuando Ángel González ya me había firmado mi ejemplar de Palabra sobre palabra tal como se ve en la imagen.
     La primera vez que vi en persona a Ángel González fue en una velada poética del colegio mayor Nuestra Señora de África en Madrid. Yo pensaba que había sido algún año antes, pero la hemeroteca dice que fue en 1998. Aquellas noches de poesía de principios de los noventa marcaron nuestra percepción de la vida y del mundo y el ciclo lo cerró Benedetti aquel mismo año. En ese caso la entrada libre llenó el salón de actos y casi nos quedamos fuera. No sé si hubo más veladas poéticas allí, pero ya no volvimos.
     Mirando los poetas y las poetas que participaron en la actividad el curso 1994-1995 me doy cuenta de que fui a todas las veladas y claramente lo mejor fue José Hierro. Al principio todo se hacía en un aula, pero después acabamos en el salón de actos. Crecer es lo normal antes de desaparecer. Los poetas, qué especie, gente extraña. Entre los declarados "poetas" había unos cuantos bastante engreídos, aunque la mayoría no lo era y desde luego los mejores no lo eran en absoluto. Los mejores que yo vi pasar por allí fueron Mario Benedetti, José Hierro, Gloria Fuertes y Ángel González.
    Antes de ir a ver a Ángel González me compré su antología, lo cual era un buen desembolso, pero yo ya trabajaba. El recital fue magnífico. Lo que mejor recuerdo fueron las explicaciones que dio de cómo coló a la censura un poema salvajemente antifranquista titulado "Discurso a los jóvenes". Pero coló. Y al final me puse a la fila con mi libro para que me lo firmara. Como era un joven osado, me atreví a llevar un cuadernillo de poemas de los que yo autoeditaba entonces. Lo de "autoeditar" es muy generoso tratándose de fotocopias dobladas, pero le dí a Ángel González uno de mis cuadernillos y el hombre, generoso, lo miró un poco por encima, se paró en una zona que jugaba a diseñar poéticas y escribió su cariñosa dedicatoria.
    Unos años después lo volví a ver en el festival de poesía de Guadalajara, pero nunca dejó de acompañarme. Está en muchos rincones de este blog, y también en la estantería de casa mirando sonriente desde su infancia:



     El otro día fue el homenaje que le hicieron a Ángel González sus colegas por el décimo aniversario de su muerte. Allí quedé con unos amigos y casi entramos, pero había que llegar antes. Entrada libre hasta completar aforo. El taxista que me llevó era más de Machado y hablamos de él. Yo le conté el episodio de Collioure y él me recitó un fragmento de Las encinas. Le dije que le iba a encantar Ángel González.
    Mientras tomábamos conciencia de que no iba a salir nadie de la sala en un tiempo razonable y que por lo tanto no íbamos a poder entrar, me entrevistó la televisión asturiana y les dije cuatro tonterías sobre la poesía y sobre Ángel Gonzalez. Por suerte para vosotros no he localizado el vídeo. Pero la realidad es la realidad y el homenaje empezó con nosotros fuera y con un frío considerable que empezaba a entrarnos por los zapatos.
     Al poco decidimos irnos y celebrar que estábamos juntos. Elegimos un asturiano y pedimos sidra y cachopo que tampoco está mal como sustituto a lo que estaba ocurriendo en la Sala Galileo. Y nada, palabra sobre palabra nos dimos un homenaje e hicimos nuestro propio homenaje.
     Permitidme que insista en que la cena estuvo muy bien. Tan bien que inventamos una palabra: Cachopoesía. Ahí va una definición y dos posibilidades para jugar: o ponéis vuestra propia definición o habláis de Ángel González.


#cachopoesía: dícese de la poesía alimenticia y rellena que viene en pedazos tan grandes que desbordan el plato y lo mejor es compartirla.

martes, 20 de febrero de 2018

El último verso de Machado


Visor libros homenajea a Antonio Machado con motivo de la publicación de su volumen número 1.000. Cincuenta años de poesía de la editorial que nos enseñó a todos a leer poesía se condensan en este libro escrito por 85 autores que tienen el mismo punto de partida: el verso que llevaba Machado en el bolsillo de su gabán cuando murió:

Estos días azules y este sol de la infancia.

14. 7+7

Queda muy lejano 1939, incluso está lejos Collioure. Muchos años quise parar, pero sólo hace tres años paré. Llegué a la tumba de Antonio que lucía así aquel día 5 de septiembre de 2015 (ver foto). Todos los días la tumba es distinta y tiene flores distintas y tiene textos distintos que vamos dejando los que pasamos. 
Recuerdo que dejé una frase, pero no recuerdo cual. 
Leí este azulejo que también está allí:


El mar Mediterráneo y su luz de verano inundaban el único día que estuve en Collioure, aunque no el día de noviembre en que murió Antonio. Aquel día no pudo ser azul y tampoco se pudo asomar mucho el sol de la infancia. 
Tres días después murió Ana, su madre, como se lee en la lápida.


El ejercicio está claro: escribid lo que queráis incluyendo el último verso de Antonio Machado: "Estos días azules y este sol de la infancia."

Un ejemplo más:


Ana Merino. 
Cenizas

Estos días azules
y este sol de la infancia,
este cuerpo cansado
que arrastra laberintos
y sombras desgraciadas.

Este rincón del mundo
donde todo se acaba
y yo vuelvo a ese anhelo
de risas dibujadas
que enhebraban los juegos
de mi niñez lejana.

La luz sobre los párpados
de mi alma asustada,
la soledad de un hombre
que se quedó sin nada
y solo tiene el tiempo
de la vida pasada,
invisible y dichosa,
esa vida inventada
de juegos y canciones,
de risa iluminada
en los días azules
que habitaban las infancias.

lunes, 1 de enero de 2018

Taller de escritura, un regalo de Reyes


Os presento este nuevo proyecto de taller de escritura con el que espero que pasemos muy buenos ratos y que aprendamos mucho.

Feliz 2018 a todos.